El último rey de Troya,
Príamo, tuvo que arrodillarse ante Aquiles, el gran guerrero heleno, para
solicitar el cuerpo de su heredero y darle digna sepultura. Hoy nosotros nos
arrodillamos ante Pablo, que al igual que el troyano, es rey, el Rey de
nuestros corazones. Porque significa la VIDA, el AMOR, el RENACIMIENTO, la
ESPERANZA, la ETERNIDAD y la BELLEZA inoculada en unos ojos tiernos que nos
desgarran el alma. Dijo Platón que la “belleza”
es el esplendor de la verdad. Y aquí la tenemos en cuerpo presente, porque no
hay nada más verdadero que el amor con que unos padres, Isa y Julián, se
entregan a la fervorosa y abnegada misión de cuidar de lo más bello y hermoso,
el alma inocente de su hijo, de nuestro sobrino, de nuestro nieto.
Y hablando de nietos, es
preceptivo hablar de abuelos. Aquellos que nos inculcaron el amor por la
familia, el aroma entreverado de azahar y comprensión, la palabra teñida de
humildad y de tesón, el esfuerzo disfrazado de dedicación y continua lucha por
los hijos, los herederos de tanta sabiduría. Gracias Pedro y Tere, Papá y Mamá,
porque vuestro concurso aún nos apuntala el alma, nos guía en la vida, nos
refugia del vendaval y nos compromete en la tarea de ser vuestros dignos
sucesores, con la esperanza puesta en las manos de Jesús Resucitado y en los
labios de María del Amor Hermoso, para saber que nos quedan muchos momentos que
celebrar en vuestra apreciada compañía.
Igual que los troyanos
recibieron su presente en forma de caballo de madera, nosotros recibimos hoy
otro excelso regalo. A Pablo, que entró en nuestras vidas para quedarse de
forma permanente, almidonando nuestros corazones y comprometiéndonos, aunque
sea desde la distancia, a hacer su camino más fácil, para que su felicidad, sea
signo del buen hacer de todos.
¡¡MUCHAS FELICIDADES!! ¡Y
que Dios bendiga a vuestro hijo!
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