Lloro…no me oye,
canto…no desafino,
imploro… su aliento
espanta… mi destino.
No quiere cánticos
alados,
de dolorosos trances
compuestos,
amaneceres sordos,
atardeceres ciegos,
rompen olas sin
altavoces,
pues su ritmo es
vertiginoso,
pero no triunfa
tembloroso,
el vaivén acompasado
de nostalgia,
que el beso toca arrebato,
no acaricia
la dulce tez del
neonato, recién impresa
de la soledad se ha
vuelto presa,
cuando no suena su
voz en el regazo,
si se esfuerza por
gritar lo suficiente
la madre que en lugar
de emocionarse…llora,
una madre que en
lugar de llorar… se emociona,
mi madre que por
mucho empujar… no entiende.
Las caricias de cielo
contrito, que iluminan
una galaxia sorda y
muda celestial
los ojos de
madreselva y madre coraje,
con manos que todos
quisieran abrigar,
pues su entrega…el pago
por mi peaje,
su empuje… el pistón
necesario en mi vida,
la gasolina cuando me
pretenden gripar.
Y aunque cree que a
años luz me siente,
ya presiente mi vasta
colmena, el enjambre
de gratitudes por
todos los poros de mi piel,
por latitudes que ni
siquiera yo pude recorrer,
sofocando cualquier
atisbo de enojos solitarios.
Pues titubeó hace ya un
largo tiempo,
cuando supo que yo no
podía escuchar, un susurro
era síntoma de
enfermedad, un ameno cuento
significaba la
eternidad; su dulce gesto- un reguero
de lágrimas- desvió el
cauce de la serenata muda,
recetada por labios
tristes, que resuena en oídos
marchitos, pero
puros, sin acoples de duda
por una madre…, que
la dulzura quisiera imitar,
que la bondad
falsifica su identidad, si la desilusión
hizo mutis por un
foro de derrotismo al alumbrar…
cuando en sus brazos
caí, no escuché mis gemidos,
pero si pude divisar
con perfecta claridad,
sin legañas, sin
poder ni siquiera por un descuido
vacilar…
cómo lloraba de
emoción al abrazarme,
cómo cantaba su
corazón al acurrucarme,
si imploraba su
perdón a Dios cuando rezaba,
espantaba su destino
acomodado… ¡ella me amaba!
(un poema que cristaliza los sentimientos del amor de una madre a su hijo).
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