Si miramos al pasado con ojos de entusiasmo y admiración, nos podríamos detener en el genial Miguel Ángel, rival de Brunelleschi o de Da Vinci en una época en la que para "renacer" debías ser un artista completo, genial, irrepetible. Y se disputaban los encargos más importantes y los escaparates más sobresalientes. Para legarnos un puñado de obras arquitectónicas, escultóricas, pictóricas y también poéticas, que nos siguen conmoviendo, después de 450 años.. Como el poema que Miguel Ángel nº 107, que dice:
"Mis ojos, que codician cosas bellas
como mi alma anhela su salud,
no obstentan más virtud
que al cielo aspire, que mirar aquellas.
De las altas estrellas
desciende un esplendor
que incita a ir tras ellas
y aquí se llama amor.
No encuentra el corazón nada mejor
que lo enamore, y arda y aconseje
que dos ojos que a dos astros semejen".
Pero volviendo a su obstinada y perseguida búsqueda de la perfección en todo lo que hacía, éste pensaba que:
"La perfección no es cosa pequeña, pero está hecha de pequeñas cosas".
Y aquí creo que es donde radica la sencillez de su razonamiento. Si nos entregamos abiertamente a las pequeñas cosas, a cultivar los pequeños detalles, los pequeños momentos, el culmen de todo ello será casi perfecto. Y en el amor ocurre igual, y por eso creo que en el amor, hay que ir venciendo pequeñas batallas; habrá momentos más complicados (como cuando llegan los niños), momentos placenteros (como una escapada romántica que renueva los votos contraídos hace años), momentos dolorosos (cuando comienzan a "ausentarse" los seres queridos) y momentos profesionales, que se comparten como una tarta en trozos más o menos iguales, para llegar a la ancianidad cogidos de la mano y ver el horizonte tras un mar bravo y a veces, calmo.
Pero es que el amor es la perfección de la verdad, porque para ir andando el camino, no hay mejor vara donde apoyarse que la verdad, que la sinceridad o que la cristalina y transparente palabra, esa que refleje el estado del alma. Esa palabra que ciegamente te lleve hasta esa playa, donde el sol refleje las arrugas y donde el paso del tiempo se manifieste en forma de atardecer pausado.
Ese atardecer que en Conil nos embriaga y que nos transporta a esa playa llena de niños y de alegría, luz, juventud y eternidad, amor y sincera amistad, y mientras las olas golpean nuestro corazón, la brisa se arremolina junto a nuestro cuerpo, y un escalofrío nos estremece cuando esas pequeñas caricias hacen su trabajo y logran la perfección del momento, irrepetible, inimaginable, porque cuando el amor se regala, no espera nada a cambio,
no se enfría, no se nubla,
no se evapora, no se congela,
no se resfría, no es tacaño,
no se ahoga, no se abandona…
Se cultiva, se renace, se riega, se va cociendo a fuego lento…
Por todo ello, te quiero felicitar para que recuerdes que Conil es nuestro pequeño oasis y que tú siempre serás mi verdad absoluta. Con mi corazón abierto para alcanzar la perfección de un amor que dura ya 20 años…
(Dedicado a mi esposa Alicia, con motivo de su XXXIX cumpleaños)
Te quiere, Juanjo
15 de mayo 2017
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