viernes, 2 de mayo de 2014

Diógenes y el síndrome del papel guardado

Érase una vez un joven matrimonio que tras otear en el horizonte una vivienda ajustada a sus necesidades, decidieron convertirla en su hogar, en su casa, en su remanso de paz. Una vez que se instalaron entre sus paredes, y cuando la convivencia empieza a caldear el ambiente - sin necesidad de llegar a hervirlo - una extraña manía se interpuso entre la carnalidad y la cordura.

De forma periódia y casi exponencial, los papeles, recortes de periódicos, prensa, revistas, y demás hojas impresas de forma que - casi con toda seguridad - al día siguiente descansen en el cubo de la basura de los millones de hogares que solían leer y mancharse los dedos de tinta, comenzaron a invadir la modesta vivienda del matrimonio. Aparecían en los lugares más insospechados; colgados tras las puertas, en el baño pegados con cinta transparente en los azulejos, en la cocina, ... a la mujer le parecía que se reproducían, pues casi a la misma velocidad que los retiraba e introducía en bolsas negras de basura, éstos aparecían - por arte de magia - en otra estancia y en un formato mayor.

El marido - aspirante a escritor - había decidido acumular toda la información que su vivienda pudiera aglutinar, y de forma automática y sistemática, iba guardando en carpetas, archivadores, portafolios, y demás elementos de almacenaje, todo cuando caía en sus manos.

Hasta que una buena mañana festiva, la mujer tomó una decisión. Tras sacar al marido de su receptáculo donde golpeaba las teclas de un viejo ordenador,  le dio un ultimatum. Tenía que decidir si se quedaba con los papeles o firmaba los papeles del divorcio. El escritor - que en un momento de cordura detectó que la propuesta era en firme - decidió que el momento de reciclar había llegado.

Y ayudado por su bella esposa, las paredes fueron tomando su color abandonando el blanco y negro, las estanterías adelgazaron e incluso alguna madriguera de rata de biblioteca fue eliminada.

Debajo del polvo del tiempo, aparecieron viejos artículos y escritos que se hayaban sumidos en el fondo del recuerdo. Y por ello el escritor decidió publicarlos en su blog. Decidió expulsar a Diógenes de su hogar, y se prometió - y a su mujer también - que solo guardaría aquello que le reportara felicidad: los besos encuadernados de su mujer, que iban agolpándose en los huecos que habían dejado los desgastados papeles en las estanterías.

Desde entonces solo vive por y para sacarle brillo a estos libros.


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