Qué verán tus indefensos ojos,
cuando atravieses el túnel,
si el cordón es la puerta,
un nuevo mundo aguarda detrás.
Qué palparán tus inexpertas manos,
cuando solo aire puedan recoger,
si las prisas no son buenas
consejeras en el arte de fenecer.
Qué olerán tus dos coanas,
cuando atrofiadas quieran dormir,
y decididas piensen dar la espalda
a aquella forma inhumana de vivir.
Pero qué degustará tu tímida boca,
cuando sellada quede al partir,
hacia una cata de vida y muerte,
un panorama agreste y hostil.
Cómo recogerán sus maltrechos yunques,
tanta cobardía envuelta en palabras,
ecos que desde la lejanía,
anuncian momentos agónicos sin fin.
Por ello estira el inelástico tiempo,
que no vuelve por sus viejos fueros,
porque enseña sus cartas sincero
al futuro padre: “la vida no es sueño”.
Pues, si indolente, me evado de todo
lo que me llueve de prestado,
quizás tras la tétrica nebulosa
imagino su rostro inocente,
balbuceando su nombre, respiro
por cada segundo de su vida,
por cada brizna de aire que golpea
su cabeza que ahueca bajo un ala,
que no es tan ancha como parece,
aunque evita que se empape,
que no comience a sofocar el aire,
cuando duerme plácida en su sueño.
Sueña entre bambalinas de horror,
cómo decantar tanta barbarie,
dejando un poso de humanidad,
un vino que embriagara de amor.
Sonríe buscando el consuelo,
entre gente que ansía la muerte,
procurando insuflarla ligera,
acordonando el cuello del inocente,
traicionan sus propios principios,
los arrinconan tras su mortal velo,
que los vuelve invisibles al dolor,
los catapulta hacia un fin devastador.
Cambia el gesto por sobresaltos
que logra identificar serena,
agudizando su ingenio primerizo,
pues ya conoce el ruido de cadenas
que aprisionan almas débiles
y libres, que son de nuevo compradas,
por la necesidad extrema del deber
o por la lasciva codicia del poder.
Y cuando, sudoroso despierto del sueño,
sigo teniendo la dolorosa sensación,
qué mundo le espera tras los visillos,
aún no sé si privarla de ese maratón.
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