Hubo en una ocasión un célebre escritor que se resistía al uso de las nuevas tecnologías, y por ello aún seguía comprando tinta azulada en una pequeña librería de barrio, para alimentar una pluma muy, muy antigua, con un plumín dorado y con un émbolo que no dejaba dudas de su precisión neumática, pues soltaba la misma cantidad de tinta, independientemente de si el escritor estaba contento o estaba furioso, y almacenaba sus sueños, golpeteando el plumín sobre un papel absorbente de ideas y de historias.
Un buen día de un invernal septiembre, el escritor tomó una decisión, debido a la insistencia de sus familiares y amigos. Se atrevió a comprar un ordenador moderno, con una manzana como logotipo y con un enjambre de cables, que asustaban a cualquiera, incluido el propio vendedor informático, tras anunciarle el advenedizo comprador, que solo, solo lo usaría para escribir.
Tras esta confesión a media voz, el dependiente listó una retahíla de incenvenientes que esto podría traerle, asi como de la inversión tan nefasta que estaba realizando, mientras apretaba el ON y se disponía a configurar el software de un escritor indefenso ante tanta tecnología.
(continuará).
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