lunes, 21 de abril de 2014

Entrevista a Joël Dicker, autor de "La verdad sobre el caso Harry Quebert"

Joël Dicker: «No me consideraré escritor hasta dentro de veinte años»


El 23 de abril se celebra el Día del Libro y, con el permiso de Gabriel García Márquez, aventuramos cuál puede ser la novela estrella de la jornada: «La verdad sobre el caso Harry Quebert». Es el último fenómeno editorial. Su autor, Joël Dicker, mantiene la cabeza fría y sueña con mejorar

«Todo el mundo hablaba del libro.» Con estas palabras arranca La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara), el best seller que ha catapultado a la fama a Joël Dicker (Ginebra, 1985). Ni se imaginaba el autor suizo que, cuando escribía esa frase, lo que estaba haciendo en realidad era profetizar el éxito planetario que se le vendría encima.
Sólo en Francia, el primer país donde se publicó, La verdad sobre el caso Harry Quebert fue número uno. Respaldado por premios como el Goncourt des Lycéens y el de novela de la Academia Francesa, enseguida se convirtió en un fenómeno editorial: treinta países se apresuraron a comprar los derechos de traducción. La «moda Dicker» se ponía en marcha.
Vaya por delante que, en la crítica que firmé en estas mismas páginas, destrocé la novela. Pero es justo reconocerlo: las cifras marean. Hasta el momento, ha vendido 900.000 ejemplares en los países francófonos (Francia, Suiza, Canadá y Bélgica), 400.000 en Italia y 100.000 en Alemania. A los que hay que sumar los 350.000 repartidos entre España e Iberoamérica. De ellos, 230.000 han sido facturados dentro de nuestras fronteras, donde, desde que en junio de 2013 llegó a las librerías, La verdad sobre el caso Harry Quebert no ha abandonado ni una semana –ni una sola– los puestos más altos de las listas de best sellers: va por la séptima edición. Ya hay quien compara a Joël Dicker con Stieg Larsson, el creador de la saga Millennium. A pesar de lo cual Dicker asegura que no se considera escritor. Aún.
¿Los ingredientes de su novela? Un amor tortuoso y prohibido con una menor de edad, una extraña desaparición, un crimen lejano y, por si fuera poco, el hallazgo de un cadáver que fue enterrado junto al manuscrito de un libro cuyo título es Los orígenes del mal. Y en el centro de la intriga, el empeño titánico de un joven escritor, Marcus Goldman, por librar de la pena de muerte a su maestro y mentor, Harry Quebert, uno de los grandes de las letras norteamericanas gracias a una obra que se titula –precisamente– Los orígenes del mal. ¿La culpa de Quebert? Haber asesinado (o eso parece) a su antigua amante, Nola Kellergan, hace treinta y tres años. Sólo Marcus Goldman cree en su inocencia. Por más que todo apunte a lo contrario.
Con estos mimbres, resulta extraño que Joël Dicker se resista a calificar de thriller La verdad sobre el caso Harry Quebert. Pero quizá no debamos tenérselo en cuenta. ¿Quién va a saber menos de un libro que el propio autor? Bromas aparte, su novela es hoy de los lectores. Cientos de miles en todo el planeta. Incluso se lo rifan en Corea del Sur, por nombrar un país lejano. Y dentro de poco el fenómeno se habrá extendido a Inglaterra, donde La verdad... se pone a la venta el 1 de mayo, y a Estados Unidos, donde su lanzamiento está previsto para el 27 de mayo. La fama de Dicker no conoce fronteras.

Un suizo que escribe una novela americana en francés. ¿Se reconoce en esta definición?
Creo que la definición es demasiado complicada. Soy francófono, por tanto escribo en francés. Hace diez años que escribo, y ya tengo en mi haber seis novelas. La verdad sobre el caso Harry Quebert es sólo una más entre otras. Es una novela en francés, que sin duda se desarrolla en Estados Unidos; pero por encima de todo es una novela en francés.
Es curioso que, no siendo lector de novelas policiacas, haya triunfado con un «thriller». Si no es en la literatura policiaca, ¿en qué se inspiró?
No creo que La verdad... sea una novela de suspense o una novela policiaca, ya sea tanto en su forma como en su inspiración. Lo que me inspira por encima de todo es la vida y las relaciones de las personas unas con otras.
«La verdad sobre el caso Harry Quebert» tuvo unas treinta versiones. ¿Sintió en algún momento la tentación de abandonar el proyecto?
 
No, siempre es un placer intentarlo y mejorar.
Cuando su novela se convirtió en un «boom» internacional, usted trabajaba como asistente en el Parlamento de Ginebra. ¿Y ahora?
Estoy trabajando en promocionar La verdad... por todo el mundo, y además de eso estoy escribiendo mi próxima novela.
¿En qué le ha cambiado el éxito?
No creo que el éxito me haya cambiado, pero el éxito ha cambiado muchas cosas en mi vida: mi libro cambió radicalmente mi vida cotidiana. Hoy viajo mucho, conozco a mucha gente y he ampliado mis horizontes. Soy realmente afortunado.
«No soy escritor. Todavía no», ha dicho.
 
No me consideraré escritor hasta dentro de veinte años, cuando haya logrado crear una colección y no sea simplemente un hombre de un solo libro.
En el lanzamiento de su carrera han sido muy importantes dos editores: Vladimir Dimitrijevic, de L’Âge d’Homme, y Bernard de Fallois, de Éditions de Fallois.
Dimitrijevic era un hombre increíble; era un editor genial y un artista en toda regla, y fue el primero que creyó en mí. Se lo debo todo; si no hubiese creído en mí, nada de esto habría sucedido. Por desgracia, murió poco después de conocernos, en un accidente de coche, y nunca vio la publicación de mi primer libro, Los últimos días de nuestros padres. Pero él ya me había puesto en contacto con uno de sus amigos, Bernard de Fallois, con quien coeditaba libros a menudo. De Fallois es un hombre extraordinario, me puso bajo su protección, me enseñó mi oficio y desarrolló mi carrera. También se lo debo todo a él.
La relación entre Harry Quebert, de treinta y cuatro años, y Nola Kellergan, de quince, es demasiado ingenua. ¿No cree que debería haberse arriesgado más al plasmarla, que debería haberla hecho más erótica?
Sí, una parte de mí lo piensa ahora, pero siempre es fácil pensar a posteriori. En aquel momento, con mi manuscrito de seiscientas páginas, tenía miedo de que una historia erótica impidiera que los lectores captasen el verdadero mensaje de mi libro. Por eso decidí no ir demasiado lejos. Por aquel entonces, sabía por qué lo estaba haciendo así. Ahora pienso que debería haber ido un poquito más lejos.
La relación entre Quebert y Nola está inspirada en «Lolita», de Nabokov. ¿Le marcó esa historia?
No, la relación no se puede comparar con la del libro de Nabokov. Sí, es una historia de amor entre un hombre maduro y una chica joven, pero no se parece en absoluto a la relación que encontramos en el libro de Nabokov.
Los diálogos son la parte menos consistente de su novela. ¿Está de acuerdo?
Para mí son un elemento importante y puse mucho empeño en ello. Pero quizás a usted no le gustó ese elemento y, naturalmente, respeto su opinión.
«La verdad sobre el caso Harry Quebert» es una disección del oficio de escritor. ¿Teme que, siendo tan joven, le acusen de pretencioso, de dar lecciones?
No, porque no consideraba que estuviese dando lecciones mientras lo escribía. Al contrario, una vez que el lector lo termine, entenderá las enseñanzas de estas lecciones. No puedo revelar mucho, para no arruinar el suspense a los que todavía no lo han leído, pero quiero decir que no se trata de un libro sobre mí, sino sobre mis personajes. En mi novela trato de mostrar los pensamientos de mis personajes a los lectores, no los míos.
El protagonista, Marcus Goldman, atraviesa una crisis creativa. ¿Ha experimentado usted algo parecido?
Nunca. A menudo me entran dudas sobre mi trabajo, pero las dudas son buenas porque te permiten ir más lejos y evolucionar, y pensar de forma diferente.

Hablemos de sus preferencias literarias. «Houellebecq es un género literario», ha declarado.
Es difícil sacar una frase de contexto y luego tener que comentarla. Creo que quería decir que Houellebecq ha logrado imponer su propio género, su sello, su personalidad. No se amolda a los demás, sino que los demás se adaptan a él. ¡Esa es la impronta de un gran artista!
Admira a Romain Gary y considera que Philip Roth es «el mayor de los escritores vivos». ¿A quién más lee Joël Dicker?
Romain Gary es mi autor favorito; su obra y su historia me conmueven más que las de cualquier otro. De Marguerite Duras me gusta su estilo: tienes la impresión de que no hay una palabra de más y de que sus frases son unas construcciones perfectas, como si cada palabra fuese un ladrillo; si quitases uno, toda la obra se derrumbaría. También leo a John Steinbeck, porque De ratones y hombres fue el primer libro que me desconcertó, y a Philip Roth, probablemente el mejor escritor contemporáneo; al leer su obra, rememoras la Historia de Estados Unidos de los últimos cincuenta años. Otro de mis autores favoritos es Dostoievski, porque es el primer escritor al que leí que me hizo entender la importancia de la narración en una novela: abrir una de sus novelas es entrar por completo en otro mundo.
Nunca se ha sentido parte de la literatura francesa aunque escriba en francés. ¿De qué literatura forma parte?
Una vez más, es difícil comentar una frase sacada de contexto. Puede que estuviese hablando de la extensión de la literatura francesa; es decir: de Francia, de la literatura del mundo francófono. Ya no es propia de Francia, sino de los países francófonos: Suiza, Bélgica, Canadá. Recientemente, la Academia Francesa eligió a autores haitianos y quebequenses para formar parte de su institución. Creo que esto es muy importante.
«La identidad del escritor americano no tiene nada que ver con la del escritor francés: el americano suele ser un tipo de la tierra, que se ha ensuciado las manos, ha viajado; en cambio, el escritor francés siempre ha sido más de salón», ha dicho usted. ¿Y el escritor suizo, cómo es?
La literatura suiza está bastante relacionada con los lugares y las tradiciones suizas. Es un relato de Suiza, lo que tiende a excluir a los lectores de otros países, pero es muy interesante.
Su primera novela, «Los últimos días de nuestros padres», era una intriga, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, sobre un servicio secreto británico paralelo al oficial.
Los últimos días de nuestros padres cuenta la historia real del SOE, el Special Operation Executive, que era una rama del Servicio Secreto Británico, creada por Winston Churchill en 1940. Para luchar contra los nazis en la Europa ocupada, Churchill reclutó a voluntarios civiles de toda Europa, y los entrenó en Inglaterra antes de enviarlos de vuelta a sus países natales para dirigir misiones de sabotaje y conseguir información desde dentro de las líneas enemigas.
Al ser de allí, su presencia entre las poblaciones locales no levantaba sospechas. El libro sigue la historia de Paul-Émile, que se marchó de París para ir a Londres con la esperanza de entrar en la Resistencia. Después de ser rápidamente reclutado por el SOE, se une a un grupo de ciudadanos franceses que se harán amigos de corazón y de armas. Los que superaron el proceso de selección, entrenados de una forma increíble por toda Inglaterra, fueron pronto enviados a la Francia ocupada para ayudar a crear la red de la Resistencia. Pero en el continente europeo, el contraespionaje alemán estaba muy alerta. Los últimos días... es una de las primeras novelas que narran la trayectoria del SOE, que trata la verdadera relación entre la Resistencia y la Inglaterra de Churchill, y que plantea una pregunta que había sido tabú: ¿y si los ingleses fueron los verdaderos artífices de la victoria aliada?
Antes de «Los últimos días de nuestros padres» y de «La verdad sobre el caso Harry Quebert», usted escribió varios libros que no consiguió publicar. ¿Los publicará algún día?
No, no lo creo. El reto es avanzar, crear nuevas historias. El hacer que lo viejo parezca nuevo no me interesa.
Con diez años fundó «La gaceta de los animales», que dirigió durante siete años.
Siempre me ha encantado la naturaleza. Cuando era niño, quería transmitir mi pasión escribiendo una pequeña revista sobre los animales que me interesaban. Surgió a raíz de eso.
¿A esa pasión por los animales se debe que su habitación esté llena de insectos?
¡Vaya, ha estado investigando! Sí, me apasionan los insectos. Me viene de la pasión por la naturaleza que mencioné antes. Cuando era niño, coleccionaba insectos que colocaba en botes en mi habitación. Pero ya no lo hago.
¿Que dirigiera «La gaceta de los animales» quiere decir que tiene alma de periodista?
No, en absoluto. Lo que me gusta es contar historias; me gusta ser narrador.
Antes de estudiar Derecho, recibió clases de actuación. ¿Pensó en ser actor?
 
Quería ver cómo era el mundo de los actores. Y luego entendí que todos somos actores de nuestra propia vida.
A los diecinueve años se presentó a un concurso literario juvenil de los países francófonos de Europa. Su relato, «El tigre», fue considerado el mejor, pero como el jurado creyó que lo había plagiado, no le dieron el premio.
No hay mucho que recordar, es un episodio que prefiero olvidar porque pienso que fue muy injusto. El jurado creyó que mi historia estaba demasiado bien escrita para ser de alguien de diecinueve años. Me dijeron que si escribía así con diecinueve, recibiría un premio literario importante antes de los treinta. Tengo veintiocho años y he ganado dos premios importantes, el Gran Premio de la Academia Francesa y el Premio Goncourt des Lycéens. Es una anécdota divertida.

Lo que más le gusta es pintar y tocar la batería en un grupo de «jazz» y en otro de «rock». ¿Le relaja más que escribir?
No, no hay nada de relajante en ello. En cualquier caso, no se trata de eso. También hay ámbitos creativos que proporcionan el mismo placer de crear que la escritura.
¿Qué tienen la música y la pintura que no tenga la literatura?
Con la música, probablemente existe la posibilidad de realizar un intercambio directo entre la creación y la recepción, por ejemplo en un concierto. El músico puede sentir inmediatamente la reacción del público. En cuanto a la pintura, existe la posibilidad de observar la reacción de un grupo ante la creación; por ejemplo, durante una exposición, cuando una gran cantidad de gente ve los mismos cuadros al mismo tiempo.
No lee en dispositivos electrónicos ni en teléfonos. «Para mí, los libros en papel son la verdadera forma de leer», ha asegurado. De hecho, en Francia y Suiza su obra no se vende en versión electrónica. ¿Influencia de su madre, librera?
No, creo que una parte de la respuesta está en su pregunta: un teléfono está hecho para realizar llamadas, no para leer. En lo que se refiere a las tabletas, me doy cuenta de que los comentarios que recibo de los que leen en una tableta son diferentes de los que leen en papel. Es un hecho que el papel da un punto de vista más real al lector. Además, creo que es muy importante apoyar a los libreros, que están atravesando momentos difíciles, animando a la gente a comprar libros. En mi opinión, es fundamental. No puedo soportar ver cómo cierran las librerías.
¿Qué hay de la posibilidad de adaptar al cine «La verdad sobre el caso Harry Quebert»? ¿Algún proyecto en marcha?
Sí, hay mucho interés en hacerlo, pero prefiero no hablar de ello ahora porque no hay nada firmado.
¿Puede adelantarme algo de su próximo libro?
Estoy trabajando en una nueva novela. No quiero comentar nada, porque el hecho de pensar que soy el único que lo sabe por ahora me divierte y me hace sentirme libre. Es pretencioso hablar de ella: sería como vender la piel del oso antes de haberlo matado.
«El éxito es frágil y breve», ha admitido. ¿Teme despertar y que todo haya sido un sueño?
No, no tengo miedo de que no sea real. Es una idea general: en la vida, todo lo que es agradable o hermoso siempre es frágil y fugaz. La propia vida es frágil y fugaz. Eso es lo que la hace interesante.

Fuente:www.abc/cultura/cultural/libros

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