Desde la altura no podía divisar su rostro, pero se afanaba en el trabajo que estaba realizando. La divisé entre olas y arena, con las manos manchadas de barro, cual alfarero en su taller, haciendo de su vida un continuo dechado de sacrificio y sudor. No le importaba que la gente pasara a su alrededor y apartara la vista de aquellos rizos descuidados, agrupados bajo una banda elástica de color negro, a juego con su vestido húmedo como la espuma que le refrescaba desde los tobillos hasta las nalgas, penetrando en un jardín de fantasía y ensueño.
Al realizar los surcos sobre la arena, levantaba al aire su pedazo de barro líquido aún, sin compactar, sin apelmazar, mostrando un jirón de vida que va a ser pegado a un lienzo inabarcable. De repente, cuando volaba a menos altura y apagaba el motor, pude comprobar que canturreaba una vieja canción de los Beatles a voz en grito, e intuí que aquella composición arquitectónica de arena y agua, aquellas curvas realizadas sobre una arena de una playa cualquiera, pronosticaban un pasado turbio y complicado.
De repente, se quedaba con la mirada fija en los paseantes ataviados con bañador, bolsito y gafas de sol, que cuidaban no pisar aquella magnífica y exhuberante creación artística. Entonces, les lanzaba un ¡¡¡¡¡buuuu!!! y estos daban un respingo, agarrando de los brazos a los niños nerviosos y acelerando el paso, para huir de aquella aparición nocturna que se había adueñado de la playa más concurrida del litoral costasoleño, provocando un verdadero caos en ambas direcciones del tráfico matutino.
Cuando pude aterrizar, después de terminar mi ronda publicitaria a lo largo de la franja marítima, me dirigí al punto que había focalizado mi atención desde las alturas. Casi sin quererlo, me caí en un socavón que había en la arena, y cuando recobré el conocimiento me encontré rodeado de gente, que gritaba ¡¡socorro!! mientras avanzaba a través de un pasadizo excavado en la sedosa arena. Entonoces, mientras que la policía situaba al final del mismo una escalera, otra pareja policial se llevaba a la artista playera, atendiendo a su demanda. Y al salir a la superficie, pude comprobar que un majestuoso SOS se había excavado en la arena, y en ese momento, me vino a la mente la canción que tarareaba la mujer extraña, cuando era conducida hacia el paseo marítimo, "Help, I need somebody, help....".
En ese momento comprendí que la vida nos trata de forma desigual, tras haber sido informado por un agente amigo que la artista de arena, era en realidad una de las mayores brokers de la bolsa londinense, y que acumulaba unas ganancias, solo en este año, de unos 100 millones de euros, pero que tras descubrir una infidelidad de su marido, viajó hasta Málaga convencida de que podía recuperar su viejo amor, persiguiendo un sueño. Pero ese sueño se esfumó, porque quien ella creía que era su marido era otra persona disfrazada, la cual le entregó una nota que decía, "El amor no se puede comprar".
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