Mientras despunta el día, con el suave murmullo de
los pájaros ilusionados por el concierto al que nos acostumbran cada primavera,
en esta primavera extraña suelen responderse en un código que no logro
descifrar, lanzan tibios mensajes que rebotan en mi mente como un martilleo
continuo o como un redoble de campanas, un teñir que me hace soñar aunque estoy
despierto, con una extraña y lejana, pero a veces repetida, pesadilla. Que mi madre
vuelve a abrazarme y cuando recorro los metros que nos separan, se esfuma como
gotas de rocío sobre un cristal, dejando mis brazos abiertos, pero sin ser
correspondido… ¿seguro, pienso cuando me lavo la cara y vuelvo a la cama?...
¿estoy seguro de no haber recibido su abrazo tierno?
Su último abrazo, que fue siempre como el primero,
me trajo aromas de lavanda y de jazmín, ecos de nardos y azahar, anunciando ese
abrazo una primavera eterna y un amor inigualable. Y cada vez que me acuerdo de
ella, mientras alguna lágrima furtiva – aria que cantara magistralmente Alfredo
Krauss – se escapa hasta la comisura de los labios, un elenco de sabores,
aromas, sensaciones, escalofríos, recorre cada recodo de mi alma…y allí aparece
su sonrisa dibujada en forma de abrazo perpetuo, en forma de beso perenne, que
no se cae de los labios – como las viejas hojas de los árboles caducos – que
permanece inmaculado y lleno de vitalidad, lleno de amor, relleno de generosa y
amable dedicación, de entrega, de sacrificio, …
Sabores que ahora no se suelen solicitar en
confiterías de moderna compostura…olores que reconfortan, olores que saben a
lealtad, olores que llevan aparejado a una vieja red de pesca, el sentido de
responsabilidad, el cebo del compromiso, y sobre todo, mientras que las
floristerías desprenden versos nuevos de especies cruzadas para atraer a los
advenedizos para cubrir un expediente, esos olores maternales no se olvidarán
jamás. No se podrán reproducir en laboratorios clandestinos, no se podrán
replicar en virus nuevos, y sobre todo, no mutarán…nunca podrán mutar el amor y
la pasión con que una madre se entrega desde el primer segundo hasta el último
minuto de su azarosa vida. Y ese amor – imposible de copiar ni hackear – se
desliza por tu piel cubriéndola con el manto de la verdad. Con el manto de
sinceras y verdaderas palabras…que – como capa de armiño – refresca tu piel y
te hace sentirte como un Rey. Así me sentía yo. Y Así me sigo sintiendo cada
vez que la recuerdo, cada vez que aquellos viejos aromas me recorren la médula
– desde la cabeza a la punta de los dedos de los pies – y hacen que me sienta
vivo, porque ella hizo el milagro más grande…hacéis el milagro más grande…DAR
VIDA y sobre todo…RELLENAR DE ESA CREMA ESPECIAL A VUESTRO MILAGRO….que es
vuestro hijo, que son vuestras hijas…
Por
ese motivo, mi dedicatoria a todas las madres, porque hacéis encaje de
bolillos, multiplicáis los brazos, los abrazos, los pasos, miles de pasos
diarios detrás de un pequeño milagro que va creciendo, que va demandando nuevos
milagros, nuevos conocimientos, y mientras embadurnáis de esa crema a vuestro
vástago, seguís aprendiendo…seguís creyendo que se puede…que la vida es dura, a
veces dolorosa y trufada de miedos, desasosiegos, pero cuando ese milagro va
cumpliendo años, y se hace adulto, y con el paso del tiempo hace sus propios
milagros, … y una madre de verdad se mira en el espejo y se dice…qué orgullosa
estoy de que ese sueño convertido en milagro y dos lágrimas se deslizan al
unísono, a coro, y corren a abrazar a esa madre coraje que sin tenerlo previsto
– y también llora con ellas – piensa que la vida le ha sonreído, que la vida ha
sido generosa con ella. A pesar de todo lo vivido…
Esos
abrazos ya no se olvidarán, los sacrificios se apagarán en las brasas del
olvido, los quebraderos de cabeza volarán y volarán subidos a un globo manejado
por alguien allá arriba en las alturas – aquellos que hicieron el último viaje
y que aún así siguen en un desvelo permanente por sus milagros que dejaron en
la Tierra –, los problemas tendrán una solución enviada desde el más allá por
correo electrónico, y quizás la tecnología que ahora nos ayuda, solo sea un
vago recuerdo porque los sabores, los aromas, los abrazos de siempre, siempre
reconfortarán a quién sepa reconocer todo el mérito que tenéis, todo el arrojo
que desprendéis y sobre todo, el inmenso amor con que regáis vuestras plantas, y
a quién se acerca a su sombra…
Espero
que cuando me toque hacer ese último viaje en ese globo, los hilos los mueva
una madre que siempre, siempre, me cuidó con el suave y relleno dulce de amor
perpetuo.
Felicidades
y espero que desde este día, esa crema rebose para siempre…
Con
mi amor eterno a mi madre, Juanjo Argudo.