sábado, 25 de octubre de 2014

Los arquitectos y el castillo de aire

Los arquitectos y el castillo de aire

El encuentro entre Frank Gehry, Premio Principe de Asturias de las Artes 2014, y Rafael Moneo en LABoral levantó un castillo de aire donde sin duda podrían haberse levantado un modesto edificio de pensamiento y correspondencia con el interés de los asistentes.

Quizá fuera un error de los asistentes al acto esperar lo que su título (Arquitectura: el futuro en construcción) decía de éste: un debate sobre el futuro de la arquitectura nada menos que entre el flamante premio Príncipe de Asturias de las Artes 2014, el arquitecto canadiense asentado en Los Ángeles, Frank Gehry (1929), y quien recibiera el mismo galardón hace dos años, Rafael Moneo (1937), con la moderación de la italiana establecida en Barcelona Benedetta Tagliabue (1963), otra arquitecta y, curiosamente, integrante de los dos jurados que premiaron a ambos patricios del arte y oficio de proyectar y diseñar edificios, estructuras y espacios. Pero, por desgracia, el título del acto no tuvo mucho que ver con lo que sucedió ayer por la tarde en el espacio de La Nave de LABoral, Gijón.

Un debate, nos dice el diccionario de la RAE, es una controversia o discusión, o, incluso, una contienda, una lucha o un combate. Frank Gehry y Rafael Moneo, autores de dos modelos bien distintos de concebir la arquitectura, dueños de una visión particular de lo que es el arte, conocedores experimentados como pocos de las muchas luces y (acaso más que nunca) sombras que bañan su antiguo y venerable oficio en el presente y sobre lo que dejarán detrás suyo cuando tengan que interrumpir forzosamente su actividad, podrían haber confrontado sus posiciones sobre cualquiera de un sinfín de asuntos ante quienes llenábamos aquella gran sala. Pero lo que ocurrió es que dos de los más reputados y premiados arquitectos del mundo y una arquitecta también reconocida, continuadora de una labor también histórica (la del que fuera su esposo Enric Miralles) e integrante del jurado de los premios Príncipes de Asturias, levantaron, digámoslo así, un castillo de aire donde sin duda podrían haber levantado siquiera un modesto edificio (una barraca, un hórreo, una casa baja de aldea) de pensamiento y correspondencia con el interés de los asistentes.

El cansancio de unos y otros puede explicarlo. Al del premiado Gehry contribuyó seguramente la tensa rueda de prensa anterior en el hotel Reconquista de Oviedo. Fue a ese cansancio y aturdimiento al que recurrió el Premio Pritzker de Arquitectura 1989 y autor de edificios tan emblemáticos como la “Casa Danzante” de Praga, el Disney Concert Hall de Los Ángeles o el Museo Guggenheim de Bilbao, para disculparse al poco de contestar a la pregunta de un periodista sobre los que le acusan de practicar la arquitectura-espectáculo con un (a estas alturas ya casi viral) gesto castizamente ofensivo con su dedo anular. El mismo cansancio que posiblemente hizo que su lengua se soltara para confesar su impresión de que “el 98% de lo que se construye y se diseña hoy es pura mierda”. No puede negarse que Gehry, a sus atareadísimos 85 años, lleva unos días de actividad agitada, tras pasar por París, donde se ha convertido en uno de los protagonistas de la temporada cultural con la muestra sobre su obra en el Centro Pompidou y donde acaba de inaugurar el nuevo edificio que ha creado para el espacio de arte contemporáneo la Fundación Louis Vuitton.

Pero la falta de un planteamiento adecuado para un encuentro de esta clase también parece responsable de ello. Quizá a veces se confía demasiado en el talento de los premiados, en una genialidad que todo lo puede, incluso sobre un escenario. Como si un premio Príncipe de Asturias tuviera que tener las dotes de un músico de blues, un profeta tocado por el espíritu divino o un tertuliano habitual de la televisión. Parece confiarse en que un debate sobre el futuro de una disciplina no es algo que haya que preparar, moderar, respetar. Y quizá sea de lo más absurdo pensarlo con respecto a gente como novelistas o poetas, ensayistas, realizadoras de cine, arquitectos, científicas, historiadores, investigadores, etc., cuando todos cosechan sus obras tras un ejercicio cuidadoso, obsesivo, amatorio, onanista, de su trabajo. Horas y horas de preparación, desesperante desempeño, aprendizaje incansable del oficio y de lo que en la calle llamamos curro. O lo que se plantea es un debate o es un encuentro amistoso, de reconocimiento, casi de pleitesía y vasallaje, como el que se le hizo el año pasado a Haneke, por ejemplo. En todo caso, esa costumbre de que los encuentros que se proponen en este entorno de premios tengan más de baño y masaje que de debate o intercambio intelectual, no tiene por qué estar reñido con la gracia y la viveza. Ante un público interesado donde se reunía parte de la profesión, no es que no hubiera una ardiente pelea dialéctica. Es que apenas se ofreció un discurso. Ni de lejos se plantearon dudas sobre la función de la arquitectura en la economía imperante, sobre gentrificación, planificación urbanística, lujo, arquitectura y tercer mundo, edificación y sostenibilidad, la arquitectura ante el problema de la vivienda, sobre el arte y el poder, etc.

Pese a ello, ayer por la tarde los temas de interés salieron, por supuesto. Salían como palomas mensajeras de una gran jaula, lanzadas al éter para dirigirse al frente de un combate lejano, como un globo que se le ha escapado a un niño o, si lo prefieren, como el aire caliente de una estancia al abrirse y cerrarse una puerta: nada los atrapaba y los ubicaba en el terreno, nada convertía toda aquella experiencia y saber a tres bandas en pilares con que cimentar una conversación pública a la altura de las circunstancias.

De modo que flotaron por el aire interesantísimos asuntos que tenían que ver con el primordial oficio de la arquitectura, sobre los diferentes papeles del dibujo y de la maqueta en la creación, sobre la posibilidad de tener el control de un proyecto mediante el cálculo y el uso de programas informáticos. Sobre cómo usar con demasiado apego la tecnología avanzada comporta el riesgo de acabar prefigurando el estilo y los edificios pareciéndose demasiado entre sí. Se habló de la relación con los constructores, y que, debido a los pleitos, el arquitecto norteamericano se ha infantilizado. Sobre la función escultórica y del contexto urbanístico en el trabajo de Gehry, sobre lo que supuso la construcción del Guggenheim de Bilbao en cuanto a obra, costes e impacto para la ciudad y su uso pionero de los ordenadores para proyectar. Sobre la influencia asiática en la arquitectura de éste, sobre el escaso interés por la arquitectura en Estados Unidos, y sobre ésta como fusión entre arte y negocio, como modelo de negocio para las ciudades. Se charló amablemente y sin tensión, por encima, con una mezcla de confianza en lo ya sabido y aparentemente con la noción de que aquello no era más aire movido por palabras, de los miles de brazos que hacen posible un edificio, de la arquitectura imperfecta de las callejuelas de París, del arte de la construcción la catedrales románicas y de la irregularidad de los pilares de Santa Sofía en Estambul. Y finalmente del programa educativo para las artes Turnoaround, impulsado por el gobierno de Obama como plan de choque mediante actores de la cultura para unas decenas de escuelas de barrios pobres y con malos resultados en Estados Unidos, en el que participa Frank Gehry.

Y, así, de puntillas, transcurrieron los cincuenta minutos de esa charla de amigos. Y, sin ninguna pregunta por parte del público, los tres arquitectos abandonaron su triángulo de sonrisas y los asistentes de ese ágora desfilaron hacia la salida, no se sabe si perplejos o deslumbrados por la caricia imperceptible del aire de los genios.




Fuente: El Cultural

Entrevista a Alberto Campo Baeza

Alberto Campo Baeza - Arquitectura con diez minutos de reposo


En un contexto de crisis económica, desigualdades sociales cada vez más acentuadas y desempleo, ¿sigue teniendo vigencia la belleza como fin arquitectónico? Alberto Campo Baeza, arquitecto español de gran reconocimiento internacional, Catedrático de Proyectos de la Escuela de Arquitectura de Madrid y Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, defiende una arquitectura real que entiende el lugar como primer ingrediente del proyecto.

[The Bo Review of Human Arts] Su arquitectura se ha relacionado en muchas ocasiones con la poesía. ¿Se apoya usted en dicha disciplina durante el proceso de creación arquitectónica o entiende la relación con la poesía en una lectura a posteriori, relacionada con la experiencia propia?

[Alberto Campo Baeza] La pregunta es muy adecuada, pero el tema es mucho más sencillo. Cuando yo personalmente comparo la poesía con la arquitectura es para hablar de la precisión; algo que entiendo como común a ambas artes. Es algo más general que la idea de que yo me pueda poner a leer poseía mientras haga arquitectura o después cuando termine una obra.

Se piensa muchas veces que la arquitectura nace de una especie de gesto artístico. Entendiendo por «artisticidad» algo puramente intuitivo y gestual; un suspiro, y en un minuto, viene el genio y hace una obra de arquitectura. Pero la realidad es muy distinta. Creo que es más fácil entender que la poesía requiere también esta enorme precisión y no es un tema de verso libre donde se vayan poniendo palabras. Por eso hago esta comparación y, por eso, hablo de poesía.

La poesía es algo construido y necesita una métrica. Esta métrica es endemoniada y compleja. No es baladí - que diría un cursi- el que a lo largo de muchos siglos la poesía se haya apoyado en el soneto: una forma poética que tiene una serie de cualidades de equilibrio, de tiempo, de ritmo… que son muy próximas al ser humano. En un soneto, las palabras están colocadas con enorme precisión. Si en cualquier poema cambiamos de orden las palabras, aquello que era emocionante deja de serlo. En una obra de arquitectura pasa algo parecido, y por eso es tan importante esta precisión.

[Bo] Es autor de muchos textos que rondan la idea de belleza, de búsqueda de la libertad, de la verdad. ¿Cómo pueden encajar estas ideas, en apariencia tan sublimes, en un contexto arquitectónico-económico-social como el actual?

[ACB] En la vida del hombre es siempre compatible lo más ruin con lo más sublime, porque así somos los seres humanos. Existen muchas labores creadoras que tienen como objetivo esta búsqueda de la belleza. Tal es el caso concreto de la arquitectura. Nosotros podemos, de la mano de Platón o de la mano de San Agustín, volver a decir una vez más que la belleza es el resplandor de la verdad. Esto no es solo una frase redonda. Vitrubio habla de la Utilitas, de la Firmitas y de la Venustas, como los tres principios sobre los que descansa la arquitectura. La Venustas es la belleza, y para que sea válida deberán primero darse obligatoriamente por cumplidas la función y la rigidez del edificio. Recuerdo a un arquitecto japonés, muy conocido ahora, con una casa que se desarrolla toda ella a lo largo de una escalera de madera, donde muchos jóvenes arquitectos se miran y entienden que quizás sea eso la nueva arquitectura. Como escultura yo creo que es preciosa, también lo es como instalación, y para hacer una performance es perfecta. Pero no lo es para vivir todos los días. La función de una casa es dar alojo y hacer que la gente que ahí viva, viva feliz. Una casa donde para ir al baño tienes que bajar 50 escalones puede ser muy simpática o muy bonita, pero no sirve como vivienda. Y a esto me refiero cuando digo que primero han de ser cumplidas esa utilitas (esa función) y esa firmitas que antes mencionaba.

La belleza es algo misterioso, es inefable, difícil de explicar, pero no infalible; porque sí es alcanzable. La belleza no está reservada a unos señores elevados. Velázquez, por ejemplo, era un tipo normal, simpático, cuyo trabajo era ser aposentador del rey y realizar tareas como ir a Italia a comprar cuadros para la corte, es decir, no flotaba. Tampoco lo hacía Bernini, que se pegaba una buena paliza yendo a París para poder hacer el Louvre y se volvía finalmente con «el rabo entre las piernas», perdóneseme la expresión, sin llegar a realizarlo nunca. Bernini era sencillo, un tipo devoto, que, como cualquiera, tendría sus cosas, y sus peleas con Borromini de vez en cuando. Pero uno coge las obras de Bernini y son, como dicen los italianos: 'da morire' (son de morir, son maravillosas). ¿Hace falta que uno ande flotando para llegar a esto? No, como ya he dicho, tanto Bernini como Velázquez eran tipos normales, valiosísimos; pero no iban con batón, ni flotando, como van ahora algunos de estos arquitectos del 'Starsystem' [1] que a mí me ofrecen muchas sospechas.

[Bo]¿En qué medida se ven sus proyectos afectados por las características espaciales del lugar donde se sitúa?

[ACB] Completamente. No se puede empezar a trabajar sin conocer perfectamente el sitio, el paisaje, la naturaleza o la ciudad donde se localiza el proyecto. La arquitectura no debe ser nunca algo cruel o impuesto. Hay un diálogo de la pieza arquitectónica con el lugar. Si un lugar es hermosísimo, uno se abre. Si uno tiene el horizonte lejano, uno puede abrirse de otra manera. Si el lugar es feo, uno se cierra, siempre manteniendo un diálogo aunque cada vez sea de manera distinta.

Ahora ahora tengo la suerte de tener un encargo de larga duración en Gaucín, el primer pueblo de Málaga pasado Cádiz. En el lugar donde vamos a hacer la casa hay una precisa orientación desde la que uno puede ver África delante, en un plano más próximo el peñón de Gibraltar y en un primer término un precioso valle. Claramente toda la casa va a bascular sobre este tema. ¿Y cuál es este tema? Alguien que haya visto algo de mi obra podría preguntarse, ¿no estaba usted con el tema de la plataforma…? La respuesta es un rotundo «no». Los primeros ingredientes de un proyecto serán siempre el lugar, la orientación, el sitio y la altura. En el proyecto que hicimos en la playa de los alemanes en Zahara, una vez entendimos el paisaje estando delante de él, decidimos bajar un metro la posición que ya tenía la casa. Porque la manera en que la casa subrayaba el paisaje del mar era más preciso un metro más abajo que un metro más arriba.

[Bo]¿Existe una arquitectura directamente ligada a la comprensión de la cultura como puede haber sido el caso de De la Sota en España o Álvaro Siza en Portugal, en contraposición con otra arquitectura más fácilmente extrapolable a distintos continentes?

[ACB] No existe una arquitectura universal que valga para todo: la arquitectura dialogará siempre con el paisaje, dialogará con la temperatura, con la cultura, con la naturaleza… Uno no puede hacer un Mies en una selva africana, claro, pero tampoco hace falta que se vista de zulu para estar en la jungla. Igual que no comparto la arquitectura de los arquitectos del 'Starsystem', tampoco comparto la idea de que ahora la arquitectura de un grupo de arquitectos «contextuales» sea la que verdaderamente respete la naturaleza y el entorno por hacerlo todo con ladrillo u hojarasca. Mies consigue integrar de manera maravillosa la Casa Farnsworth [2] en la naturaleza. No sólo porque levante esa plataforma sobre la que se asienta la casa un metro y pico sobre el suelo para que el plano quede a la altura de los ojos y se convierta en una línea perfecta. Es que la casa está dentro de un parque y con la transparencia que consigue sustituyendo los muros por vidrios lo que hace es potenciar totalmente esta naturaleza. Con toda seguridad, la Casa Farnsworth respeta mucho más la naturaleza que cualquier casita con tejado a cuatro aguas, con ventanitas pequeñitas y que pueda ser referida como «cottage». Existen unos medios, y deben utilizarse para potenciar esa naturaleza aún más.

[Bo]¿Cree que podemos proyectar arquitectura en un lugar y una cultura que nos sean ajenas, y llegar a alcanzar el mismo nivel de precisión que construyendo en un lugar que nos sea más próximo?

[ACB] Creo que el hombre tiene la suficiente capacidad de abstracción o de entendimiento, para poder afirmar que esto se puede hacer. Lo simplificaré con esta idea: si uno se va al Polo Norte se llevará un abrigo y, sin embargo, cuando uno va a Honolulu se lleva el bañador. La comprensión del sitio es universal, pero porque la naturaleza es universal y hasta podríamos decir que la comprensión es relativamente sencilla.

Ahí podríamos hablar de un tema que a mí me parece precioso: la luz. En el polo Norte, por seguir con el ejemplo, la luz es homogénea. No tiene nada que ver con la luz sólida que atraviesa el óculo del Panteón en Roma. El óculo del Panteón puede ser atravesado por esa luz porque estamos en una latitud donde el sol funciona así, pero si nos vamos por ejemplo a una latitud más alta, la luz será más homogénea y tendrá que trabajarse de otra manera.

Se entiende que también será determinante la temperatura del lugar, pues no es lo mismo trabajar en la selva de Quitos que trabajar en Copenhague. La cultura del lugar es también importante, evidentemente. No será lo mismo tampoco trabajar en Zamora [3], frente a la catedral, que trabajar en Ponzano para hacer la guardería de Benetton [4]. El proyecto que hice para Tom Ford lo hice en adobe, por ejemplo, porque estábamos en Nuevo Méjico. Existe comprensión del sitio que será a su vez comprensión de la cultura, y para esto hace falta muchísimo tiempo. Igual que el arroz necesita tener 10 minutos de reposo, y uno no se lo puede poner directamente desde la cacerola. Igual que el vino tiene que reposar después de haber sido abierto. La arquitectura necesita tiempo.

[Bo] Coincido con usted en que la arquitectura necesita mucho tiempo. Sin embargo, en un contexto en el que existen estudios de arquitectura que, en cortos periodos de tiempo, realizan proyectos en distintas partes del mundo, pongo en duda que realmente puedan llegar en cada caso al nivel de comprensión del lugar que se precisa.

[ACB] No ocurre, y precisamente por eso les sale así de regular o mala su arquitectura. ¿Qué arquitectura merece la pena? En mi opinión merece la pena aquella que han hecho arquitectos con cierta serenidad o tranquilidad. La arquitectura no es una cosa de «aquí te cojo aquí te mato», la arquitectura necesita este tiempo del que hablamos. Abomino a los arquitectos del Starsystem porque pretenden que mientras hacen 100, 200 o 300 obras su arquitectura sea reconocida como profunda. Su arquitectura podrá ser brillante o hábil, pero la arquitectura que merece la pena, requiere y exige tiempo. La arquitectura que ha quedado a lo largo de la historia son las obras que requirieron un tiempo largo de génesis de ejecución y es entonces cuando se consigue que permanezcan las ideas. Eso, que yo lo he escrito alguna vez y que repetiré aquí, no porque sea una frase mía, sino porque creo que recoge bien esto de lo que hablamos: las formas desaparecen y se destruyen, las ideas permanecen.

Fuente: The Bo Review Human Arts

viernes, 24 de octubre de 2014

REPORTAJE DE RENZO PIANO

La periferia del senador Piano

Aportó belleza ligera y profunda a las ciudades, y ahora quiere frenar su expansión incontrolada. Entramos en la guarida genovesa de Renzo Piano, un arquitecto con escaño

El centro cultural Jean Marie Tjibaou, construido por Piano en Noumea. / Jon Gollings

 

La Liguria, al noroeste de Italia, tiene forma de arco y ocupa un territorio estrecho entre las montañas y el mar. Allí se encuentra Génova, una de las ciudades del bel paese con más carencia de espacio. Posee un denso tejido urbano, y las carreteras aquí son angostas y se han vuelto obsoletas.

Recorriendo en coche una de ellas, la vía Aurelia –conocida también como la carretera del amor por el estupendo paisaje que brinda de la costa– se llega al Renzo Piano Building Workshop, en Punta Nave, sobre la costa occidental de Génova, entre Voltri y Vesima. El centro de operaciones del arquitecto más universal de la Italia moderna.

Suena el timbre y se abre un portón que conduce a un funicular de cristal con cuatro sillas rojas como las que usan los directores de cine. El ascensor recorre al aire libre una colina empinada. A la izquierda, arquitectos sentados delante del ordenador; a la derecha, una rica vegetación de palmeras y olivos; y delante, el mar azul profundo. Unas muchachas en biquini juegan con las olas.

El Renzo Piano Building Workshop no es demasiado grande –ocupa solo mil metros cuadrados– y fue construido, en 1991, para albergar un laboratorio sobre una ladera terraceada. El arquitecto quiso rendir homenaje a su tierra y decidió conservar las terrazas creadas por los campesinos para cultivar en la colina empinada. Ideó un techo de vidrio inclinado que no interrumpe la continuidad de las terrazas. Las oficinas de Renzo Piano han sido organizadas en cuatro niveles, conectados con una escalera interna de 32 peldaños. En el primer nivel: la cocina, el comedor, una sala multimedia, una mesa redonda para discutir los proyectos con el jefe y una biblioteca por cuyas paredes trepan los libros de arte, arquitectura e historia. Después, otras tres terrazas donde trabajan 60 personas: 40 arquitectos más personal de apoyo.

La torre de 'The New York Times' en Manhattan. / Michel Denancé

Renzo Piano baja las escaleras despacio. Saluda con un apretón de manos y una sonrisa contagiosa. Se dirige a su lugar favorito: un pequeño taller donde tres jóvenes modelistas construyen maquetas de plástico y madera. Hay un centenar de herramientas de diversos materiales y formas, ordenadamente colgadas en una pared de madera. Huele a serrín fresco.

“Este es mi sitio preferido. El lugar donde se construye con las manos”, confiesa Piano, el arquitecto-constructor-artesano que ama vivir todo el proceso de la proyección de un edificio. Su abuelo, su padre y sus tíos eran pequeños constructores. Al entrar en su rincón predilecto vienen a la memoria sus palabras pronunciadas en el discurso tras recibir el Premio Pritz­ker, el 17 de junio 1998. “Nací en una familia de constructores, y eso me ha permitido tener una particular relación con el trabajo. He amado siempre visitar la obra con mi padre y ver las cosas nacer de la nada, creadas de la mano del hombre. Para un niño, una construcción es magia: hoy ves un montón de arena y piedra, mañana un muro que se mantiene en pie solo”.

A punto de cumplir 77 años (los cumple el 14 de septiembre), Piano posee un aire juvenil. Sonríe siempre, habla bajo y gesticula sin cesar con las manos. En el bolsillo de su camisa lleva siempre una libretita, un lápiz y “un aparato”, como llama al iPhone. Vive a caballo entre París, Nueva York y Génova, ciudades en las que tiene estudios y residencias. Pero es en su tierra natal donde se siente más a gusto y donde se pueden comprender algunas claves de su obra. “Génova es una ciudad antigua que conserva muchos secretos”, explica. “Su belleza está escondida, y me permite dialogar con el infinito, delante del mar”. Cuando era niño, desde la montaña veía las naves mercantes, las grúas y el puerto. Su infancia estuvo marcada por las imágenes de una ciudad “pesada”. Y fue así como en su cabeza empezó a rondar la idea de crear el efecto contrario: la arquitectura liviana y elegante, como un barco de vela.

“Este estudio es el buen retiro y el territorio del silencio, un lugar donde me refugio y reencuentro mi relación de siempre con el mar”, explica. “Para mí la idea de tener vista de pájaro es fundamental. Lo cambia todo”. Piano llama la atención sobre el vuelo de dos gaviotas que se ven por el cristal. “Aquí las gaviotas las vemos desde arriba, no desde abajo”, dice. “Es interesante cambiar el modo de ver las cosas”.

El arquitecto, si está en el momento justo en e lugar adecuado, se convierte un sensor del cambio

Licenciado en arquitectura en Milán, en 1964, el reconocimiento internacional de Renzo Piano llegó de la noche a la mañana. En 1971, junto con su amigo Richard Rogers, ganó el concurso internacional para proyectar el Centro Pompidou de París. “Fue una completa provocación. Yo tenía 33 años y Richard, 37. A esa edad sabes sustancialmente que debes rebelarte, y ese es el mejor sistema para encontrarse con uno mismo. La rebelión es el arma secreta para encontrar la energía. Sería demasiado arrogante decir que conocíamos exactamente cuáles serían las consecuencias. Pero escuche una cosa: lo que sucede con el arquitecto es que, si se encuentra en el lugar justo en el momento adecuado, termina convirtiéndose en el sensor del cambio. El mundo cambia, no es el arquitecto quien cambia el mundo. En 1968, París vivió una revolución. ¿Qué se debía hacer? No podía ser un edificio lleno de mármol, que provocase miedo a la gente, como las grandes catedrales. Debía ser un edificio pensado como una fábrica, y eso fue lo que hicimos”, recuerda.

Después de la caída del muro de Berlín, Piano emprendió otro de los proyectos más importantes de su carrera: la Potsdamer Platz, acaso la reconstrucción urbana más ambiciosa del siglo XX. Gran parte de su trabajo se ha concentrado en la realización de grandes obras públicas. Y pieza por pieza, ha exportado su idea de la arquitectura ligera y de la belleza. “Cuando comienzas a comprender lo liviano descubres que es un comportamiento del espíritu”, explica. “La inteligencia puede ser liviana o pesada”. Allí están sus mejores testimonios de la simbiosis entre la belleza y lo liviano: la Menil Collection, en Houston (Texas); el Centro Paul Klee, en Berna (Suiza); el Auditorio Parco della Musica, en Roma, o el aeropuerto internacional de Kansai, en Osaka (Japón).

Piano comenzó el nuevo siglo con la torre de 52 niveles en Manhattan que es la sede de The New York Times. Un edificio que no es público pero, aclara el arquitecto, “tiene una relación muy especial con la ciudad”. Y recientemente ha construido el edificio más alto de Europa: la London Bridge Tower, la torre de vidrio de 66 pisos y 305 metros de altura. Cree que la misión del arquitecto consiste en difundir la belleza heredada de los griegos, profunda y de calidad. Está convencido de que el arte y la belleza, vividos cotidianamente, pueden tener alcances muy positivos. “La belleza cambia la vida de las personas, cambia el mundo. Su rol en nuestra sociedad, aplicada a la escritura, la pintura, la música o la arquitectura, cobra una grandísima importancia. Y, en particular, la belleza de la arquitectura es vital, pues es el arte de construir lugares para los seres humanos”.

La London Bridge Tower. / William Matthews

Posee todavía mucha energía y está decidido a concentrarla en la transformación de las periferias de las ciudades. Saca la libretita que lleva en el bolsillo de la camisa, pero decide diseñar su plan en el cuaderno de apuntes sin renglones de la periodista. “Para rescatar las periferias, lo primero que hay que hacer es evitar que sean ciudades dormitorio. Segundo: hay que llevar fertilizantes a la periferia. Es decir, llevar actividades no solo residenciales y productivas, sino culturales y de servicios. Llevar la vida, porque si no hay vida falta el afecto, la cohesión. La ciudad es bella solo cuando es mixta; cuando la residencia, el comercio (que no son los centros comerciales), las actividades productivas, las oficinas, la cultura, las escuelas, los servicios, las bibliotecas están juntos. Si no existen estos elementos, la ciudad o la periferia no son nada”.

“Todas las ciudades han crecido por expulsión, y es imposible continuar creciendo así”, asegura. La primera tarea, dice, consiste en no construir nuevas periferias y frenar su crecimiento, para lo cual se requiere trazar un “cinturón verde que defina el límite inquebrantable entre la cuidad y la periferia”. Segunda tarea: “Llevar a la periferia el transporte público y crear de modo sistemático ángulos de vida: escuelas, bibliotecas, hospitales, museos, tribunales”. Tercera: “Transformar los espacios industriales, ferroviarios y militares abandonados. Hay que construir sobre lo edificado y parar de comer otros territorios”. Hoy trabaja en dos obras pensadas para la periferia: la rama de la Universidad de Nueva York, en Harlem, y el nuevo palacio de justicia de París, en la banlieu.

Hace un año Piano recibió una llamada del presidente de la República, Giorgio Napolitano. Le anunciaba que sería senador vitalicio. Se trata de un honor que el presidente concede a dedo a personas que, según la constitución italiana, deben haber “ilustrado la patria por altísimos méritos en el campo social, científico, artístico y literario”. Tienen derecho a participar en las discusiones del Senado y las comisiones parlamentarias. Sin embargo, su presencia no siempre es constante. Y aunque no participen de lleno en la vida del Senado, reciben un salario mensual que ronda los 12.000 euros. Piano, en cualquier caso, considera más productivo poner en marcha su proyecto de “transformar las periferias italianas”. Ha decidido convertir su despacho romano en un estudio de arquitectura. Con su salario de senador vitalicio ha contratado a seis jóvenes arquitectos y urbanistas, que rotarán cada año y se ocupan de lanzar propuestas para mejorar la periferia italiana, donde vive el 80% de la población. Funciona como una lluvia de ideas: cada uno de los participantes propone soluciones concretas, que son evaluadas por Piano. En una segunda fase, el arquitecto y sus pupilos se encargarán de buscar financiación.

Se oye el ruido del motor que regula el sistema de láminas, que se activa de forma automática cuando aumenta o baja la luminosidad. A las cinco de la tarde, las láminas se abren y una luz delicada se cuela sobre el rostro de Piano, que sigue encantado mirando el mar. “¿Sabe por qué soy optimista? Nací durante la guerra, soy hijo de un temporal. Y cuando el temporal pasa, cada día se convierte en un momento más bello, cada noche se vuelve más luminosa. Y eso es algo que llevas dentro toda la vida. No se puede ser proyectista si no eres optimista”

 

ENTREVISTA A LUIS VIDAL

Luis Vidal: «La crisis ha sido positiva para analizar los excesos que se estaban cometiendo»

Es uno de los arquitectos españoles del momento.

Una exposición en Washington repasa su trabajo e inaugura en Londres la T2 del aeropuerto de Heathrow

REUTERS

Luis Vidal, en la T2 del aeropuerto de Heathrow en Londres

 

 

EFE

Vista de la Terminal 2 del aeropuerto de Heathrow en Londres

 

 

TOBY MELVILLE

Terminal para naves espaciales comerciales. Denver (Colorado)

 

La próxima apertura de la T2 de Heathrow, el principal aeropuerto de Londres, que Isabel II de Inglaterra inaugurará el próximo mes de junio, ha atraído de pronto la atención mundial hacia este joven arquitecto español que, sin hacer gran ruido, se ha colocado en la lista de las firmas españolas más solicitadas. «Creo que es el resultado de un enorme esfuerzo y de un trabajo en equipo fantástico», comenta, revindicando el mérito de las setenta personas que trabajan en el despacho que creó en Madrid hace justo diez años. Un repaso de sus creaciones es la exposición «Encuentros», abierta esta semana en Washington y que luego se trasladará a Nueva York.

Nacido en Barcelona en 1969 y formado en Greenwich, Luis Vidal ha ganado una gran experiencia en el diseño de aeropuertos –lleva más de diez–, y eso le ha valido la selección para el proyecto del primer «spaceport» del mundo: una terminal para naves espaciales comerciales que se construirá en Denver (Colorado).

¿Lo del «espaciopuerto» no es ciencia ficción?

–La tecnología para realizar vuelos suborbitales está a la vuelta de la esquina. En cuatro o cinco años llegará al público general. Suponemos que será un estrato social relativamente pequeño el que podrá acceder a ese tipo de vuelos, por un problema de coste, pero este se irá reduciendo con el tiempo. Lo que harán estos vuelos es volar diez veces más alto que la aviación comercial actual. Ahora se está volando a diez mil metros; este tipo de naves volarán a cien kilómetros. Lo que hacen es subir a esa altura, aprovechar la rotación de la Tierra y el ángulo de reentrada para poder abarcar un vuelo intercontinental en dos horas; en ese tiempo, por ejemplo, se podrá ir de Washington a Sidney.

¿Es un proyecto muy distinto al de un aeropuerto convencional?

–Sí. Para empezar la escala es muy diferente. Ahora mismo son terminales muy pequeñas. Tampoco son terminales muy complicadas o sofisticadas en términos de seguridad y equipaje, porque no se van a mover grandes números de pasajeros ni de equipaje. Lo que hemos querido hacer es recuperar el romanticismo y la excitación de volar. Antiguamente, en las terminales siempre había una terraza donde la gente acudía a ver aterrizar los aviones. Hemos recuperado eso, para que la gente se acerque y pueda hablar con el pasaje que ha regresado.

La T2 Heathrow es su última realización. ¿Qué novedades presenta?

–Heathrow es un paso adelante en muchas cosas. Es la primera terminal que consigue una calificación de excelente en Breeam, que es el certificado medioambiental del Reino Unido. Reduce un 40 por ciento las emisiones de CO2 comparado con una terminal de la misma generación y la misma normativa. Al mismo tiempo, es una terminal de la nueva cuarta generación. Son terminales que yo llamo «multitasking»: buscan principalmente el confort del pasajero, darle total libertad para que pase muy rápido por la terminal si quiere, sin verse forzado a acceder a las tiendas y para que tenga un espacio de calma que le lleve a disfrutar del inicio de su viaje.

¿Mantiene la arquitectura española su renombre en el mundo? ¿Hay cansancio de firmas ya muy consagradas como Calatrava o Moneo?

–No hay cansancio. Los nombres mencionados y muchos otros muy reconocidos a nivel internacional evidentemente responden a un momento y a una generación de arquitectos españoles que han realizado excelentes obras por todo el mundo. Ahora hay una nueva generación de arquitectos españoles también muy buenos, muy premiados y reconocidos, que están empezando a hacer también realizaciones fuera. El nivel de la arquitectura española ha estado, está y continuará estando en un nivel muy alto.

¿Hay alguna característica que pueda definir la arquitectura española?

–Los arquitectos españoles ejercemos cada vez más lo que yo llamo arquitectura responsable: los proyectos tienen que ser económica, social y medioambientalmente responsables y viables. Desde un punto de vista económico, los proyectos no pueden depender de becas y de continua financiación pública para estar abiertos, necesitan ser autónomos económicamente. Socialmente, porque son edificios de uso siempre para la sociedad. Y medioambientalmente viables: deben responder a los retos y las necesidades de hoy. Creo que los arquitectos españoles, se defina con estas u otras palabras, están en esa línea.

¿Notan los estudios españoles la salida de la crisis?

–Creo que está habiendo una mejoría. Nosotros lo estamos percibiendo ya que se están empezando a generar nuevas oportunidades, tanto en España como fuera. Ha sido una crisis mundial, no solo española. No cabe duda de que ha sido una crisis muy profunda para el sector. Pero creo que la crisis ha sido positiva. Tenemos que saber entender que ha sido un momento importante para tomar una pequeña pausa, respirar, analizar, ver qué excesos se estaban cometiendo y volver al camino del que antes hablaba de responsabilidad económica, social y medioambiental.

Hospitales «aeropuertuarios»

Luis Vidal ha trasladado su gran experiencia en aeropuertos a los hospitales, donde intenta plasmar algunos de los conceptos propios de las terminales de aviones: el paciente es lo primero, los visitantes van por un lado y el personal médico por otro, el espacio debe invitar a la espera sosegada. A mitad de construcción se encuentra ya el Nuevo Hospital de Vigo, que está siendo utilizado para establecer los baremos de breeam –el certificado inglés– en hospitales. Otros centros hospitalarios proyectados en España son el Infanta Leonor, de Madrid, y Can Misses, de Ibiza. Otros proyectos son el campus para la Universidad de Loyola, en Sevilla; la nueva sede del grupo Abengoa en Madrid, y el Centro de Arte Botín en Santander, junto a Renzo Piano. El diseño interior del restaurante del Museo Reina Sofía ganó el premio de arquitectura de Madrid. Entre los aeropuertos figura el de Zaragoza (finalista del premio Mies van der Rohe). Además de su sede en la capital española, tiene oficinas en Londres y Santiago de Chile.